Imaginemos un grupo de alumnos alérgicos a la celulosa.
O un grupo de alumnos analfabetos en su propia lengua.
O un lugar de trabajo en el que nos restringen hasta el ridículo el número de fotocopias.
Imaginemos que las circunstancias de trabajo nos obligan a buscar recursos alternativos al papel.
Poco a poco iríamos admitiendo que todo aquello de lo que vamos sirviéndonos resulta
sorprendentemente productivo en el aprendizaje.
No marginemos por tanto a los que no son alérgicos a la celulosa y tratémoslos como si lo fueran.
Saldremos ganando nosotros, los estudiantes y la Selva Amazónica.

Las personas

Los profes siempre nos hemos sacado mucho partido a nosotros mismos. Un profe de lenguas no se diferencia tanto de un artista de circo, que pone en el asador toda su persona, su simpatía, su empatía, su experiencia, sus habilidades, sus encantos, sus gracias y, si te descuidas, sus desgracias. No hay que explicarle a nadie que en el aula puede echar mano de un recurso que siempre está ahí, él mismo, porque todos lo hacemos.
Vamos a insistir, en cambio en exprimir ese potencial del resto de humanos que pueblan el aula. Los alumnos también son un pozo sin fondo de experiencias, capacidades, emociones... Poner en juego (y nunca mejor dicho) todo ello a la hora de aprender es un doble acierto, en la medida en que multiplica los recursos y en la medida en que lo que sale directamente del individuo afectivo/agente social está garantizado que se convierta en una vivencia enriquecedora y de aprendizaje

Las cosas

Cualquier objeto de tres dimensiones que tengamos/llevemos a clase para ser usado será bienvenido con los brazos abiertos,¡están tan cansados de la superficie plana y aburrida del papel!.
En el caso de los juguetes, aunque al principio puede que haya que vencer la resistencia de algún pitufo gruñón que se considere mayor para esas cosas, tiene resultados espectaculares, porque consiguen sacar ese niño que todos llevan dentro y su disposición al juego (la mejor vía hacia el aprendizaje) rozará ya la ludopatía.